23 Jun
23Jun

En un ensayo de Realismo Capitalista, Mark Fisher postula que una de las afecciones de nuestro tiempo es el hedonismo depresivo. Consiste en la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer. Al contrario de la depresión que genera anhedonia, el fenómeno que describe Fisher lo encuentra más común en las nuevas generaciones, quienes perciben la sensación de “falta algo más” pero no se piensa que este disfrute misterioso y faltante sólo podría encontrarse más allá del principio del placer (Fisher, M. 2016). En otro ensayo del mismo libro, se toma una crítica de Slavoy Zizek sobre la crisis del superego paternal en el capitalismo tardío –no ahondaremos aquí sobre esta última categoría, consideramos que el capitalismo en todo el globo es un modo de producción bastante joven como para categorizarlo “tardío”-. En una cultura, continúan Fisher y Zizek, en donde la noción paterna del “deber” se ha subsumido en el imperativo materno del “goce” puede parecer que los padres y madres faltan en su función si en algún sentido restringen a los hijos e hijas el derecho al goce en términos tan absolutos como inmediatos. Esta tendencia al declive del rol paterno se proyecta también en la producción cultural: los únicos contenidos que se le ofrecen al público son aquellos que ya parecen estar deseando, todo lo demás es rechazado (Ibídem, 2016).

Para nosotros esto tiene relevancia en la producción cultural de mercancías. Con tal de conseguir la realización del valor, las instituciones privadas y públicas ligadas a esta rama del entretenimiento optan por cumplir con los deseos estéticos inmediatos de los consumidores. Es así como, en vistas a constantes estudios de mercado, la producción de mercancías culturales se lanza a lo que en términos del espectáculo se ha dado en llamar fan service. El pleno control de la elaboración de, digamos, series, películas, canciones, etc., se ha salido del control de los autores y autoras. Si siempre existió esta pulsión entre las instituciones y productoras -que velan por la venta de sus mercancías- y la creatividad de sorprender con nuevos hechos estéticos, en las últimas décadas la parte ganadora que concentra los recursos para la elaboración de dichos productos ha quedado en manos del contenido fan service, es decir, en los consumidores.

Casi la totalidad de la producción de películas, series y música en nuestra actualidad puede responderse mediante este argumento. Si vamos al cine, entre la filmografía del cine bélico de John Wayne, las películas de súper acción de los ochenta y nuestras actuales películas de superhéroes podemos trazar un esquema en donde los guiones parecen adherirse con un énfasis caprichoso hacia el mismo relato del héroe que, a diferencia del mitológico griego, su fin trágico ha pasado a ser un momento breve durante su epopeya para culminar en un final victorioso. En el medio, se vuelven redundantes las escenas inverosímiles de conflicto o las pérdidas de algunos personajes secundarios en cuyo sacrificio lo que buscan es el ya clásico fortalecimiento del protagonista. Con el correr de los años, creemos que también ha tenido una influencia negativa en los diálogos, que cada vez más se acercan a un rejunte de humor y discurso meritocrático. Si tomamos en cuenta el largo plazo, ¿qué cambió en el cine de acción desde, por ejemplo, las películas de Rambo hasta los mega eventos de Marvel? Poco. Si el público ya aceptaba que un protagonista podía esquivar las balas de una ametralladora a menos de 20 metros, ¿qué importa ahora que el mismo tenga poderes y use trajes de spándex? Son más bien, cambios técnicos. Si antes se filmaba haciendo estallar autos y comprometiendo varios días de filmación a las escenas, ahora se encierra en un galpón verde a un montón de actores y actrices millonarios y se pasa el resto de la producción a la elaboración de un CGI.

Al día de hoy, las entradas a una función contradicen con el emblema fundacional del cine, que se trató en sus comienzos de un evento popular. Este aumento del valor de las entradas es producto de los cada vez más altos costos con los cuales se ruedan las películas. Los presupuestos de las películas promedio no bajan de los 100-180 millones de dólares. En las salas, es cada vez más difícil encontrar proyecciones de películas que no estén relacionadas con dichos presupuestos. La consecuencia de esto es que las películas con una temática más adulta han perdido lugar contra las que su contenido están, más bien, dirigidas a un público familiar-juvenil. Y sobre esto queremos dejar otra opinión: los marcos que regulan si una película es apta para todo público o para un público adulto no son en base a la construcción argumentativa del filme. Son más bien, de índole puritana anglosajona. Se puede contar una historia totalmente infantilizada y recibir una clasificación para mayores de 16 años si la misma incluye escenas sangrientas, lenguaje ofensivo o lo poco que Hollywood pueda mostrar sobre sexo. Esta idea de “contenido para mayores” en realidad lo que logra es hacer pasar por cine adulto a películas que tranquilamente podrían ser la trama narrativa esgrimida por un adolescente en su taller de guion de secundaria.

Como decíamos anteriormente, el cine es un ejemplo. Anselm Jappe le responde con tono agrio las quejas de críticos y cineastas del estado actual de esta industria en su libro Crédito a Muerte: La capitulación incondicional de la cultura ante los imperativos económicos no es más que una parte de la mercantilización, cada vez más generalizada, de todos los aspectos de la vida, y no puede ser puesta en discusión solo para la cultura sin afrontar la ruptura con la dictadura de la economía en todos los niveles. No existe razón alguna por la cual la cultura, y nada más que ella, haya de ser capaz de salvaguardar su autonomía frente a la pura lógica del beneficio, si ninguna otra esfera lo consigue (Jappe, 2021). En otro libro Jappe postula que nuestra especie se encuentra en una regresión antropológica y hace de la industria mercantil del entretenimiento la causa y consecuencia de la proliferación del narcisismo. Para dicho autor, establece una relación histórica entre la lógica de la producción mercantil post ´70 y el narcisismo como afección social. Define a éste como una verdadera ausencia de mundo. El sujeto afectado por él jamás ha aceptado a un nivel profundo, más allá de los comportamientos aparentes, la separación entre su yo y el mundo. No ha integrado el mundo en su yo; el mundo existe para él como un espacio de proyección y como una concretización momentánea de sus fantasías. No concibe las relaciones entre iguales con las demás personas ni comprende la autonomía de los objetos (Jappe, 2019).

Entonces, ¿cómo interactúa el narcisismo con la lógica capitalista del valor que constantemente busca valorizarse? Si nos adherimos a la concepción marxiana del valor, éste solo conoce cantidades, no cualidades. La multiplicidad del mundo desaparece frente al siempre igual del valor de las mercancías producido por la faceta abstracta del trabajo. Esta faceta implica la eliminación de toda particularidad propia de los trabajos concretos, reducidos a un simple gasto de energía humana medido en tiempo y despojados de sus diferencias específicas. La única diferencia entre dos trabajos, desde el punto de vista de la faceta abstracta, es la cantidad de valor -y sobre todo de plusvalía- que generan. Que se produzca fabricando bombas o juguetes no tiene ninguna importancia, y esta indiferencia con respecto al “soporte” material del valor es una ley estructural que rebasa completamente las intenciones de los actores. De este modo, las mercancías, en las cuales se “cristaliza” la faceta abstracta del trabajo, se distinguen solamente por la cantidad de valor indiferenciado que representan. Deben tener algún valor de uso y satisfacer alguna necesidad o deseo, pero esos valores de uso son intercambiables. Concluye Jappe que “el valor, producido por el trabajo abstracto, pasa de un objeto a otro. De dinero se convierte en mercancía y luego de nuevo en dinero, y así sucesivamente; de capital se convierte en salario y después de nuevo en capital, y así sucesivamente. Una “esencia”, una “sustancia” invisible pasa de un objeto a otro sin identificarse jamás con ninguno de ellos” (Ibídem). La indiferencia del valor con respecto al mundo concreto, las necesidades de bienestar de las personas, la preservación de su medio ambiente, el tipo de mercancías y de valores de uso que se producen, etc. forma parte de su lógica. La cual, a los efectos de afección hacia los individuos que conforman esta relación social de producción, repercute en su comportamiento narcisista. El yo narcisista, un yo sin cualidades y empobrecido porque no lidia con los límites del mundo exterior ni se relaciona con los otros, tiende a extenderse por sobre todas las cosas y personas de la misma manera que el valor.

La pregunta correspondiente de Jappe es la siguiente: si el capitalismo es una forma de relación social cuya lógica consiste en la reproducción autotélica del valor, ¿por qué debemos esperar hasta la década de los ´70 para encontrarnos con el narcisismo como afección social? Bien, responde a esto que el narcisismo es la forma psíquica que corresponde al sujeto automático. Y del mismo modo que el sujeto automático necesitó un periodo de incubación muy largo para aparecer en su forma “pura”, aunque existiera de forma germinal desde el comienzo, también al narcisismo le llevó mucho tiempo volverse socialmente en acto lo que ya era en potencia. Desde principios del siglo XX hasta la década de los ´70 tuvo como escenario la expansión universal del capital a todas las formas sociales que lo preexistían. La producción fordista y la incorporación del trabajo a la autoridad del Estado durante este período tenían como anclaje la producción y la represión de las formas disidentes de existencia al valor. En cambio, en el capitalismo contemporáneo, sucumbimos a una transformación: ahora son el consumo y la seducción lo que marca el motor del desarrollo. Podemos encontrar en esto una consecuencia posterior a la expansión de la lógica de la producción a nivel global, como así también a las nuevas modalidades de producción: el pseudo abandono de la producción fordista ante el desarrollo de las nuevas tecnologías que abaratan el precio de la fuerza de trabajo en un contexto de competencia mundial por la venta de cada vez más cantidades de mercancías.  El aumento de la competencia por la venta de mercancías es lo que llevó a la aceleración de las agencias de publicidad. Fue necesario promover el deseo para realizarse como individuos a través del consumo. Y la forma de construir la individualidad como existencia plena fue través de la capacidad para adquirir más mercancías. La consecuencia de esto es la creación de un consumidor narcisista y dócil, infantilizado, que ve al mundo como una extensión de sí mismo.

Con todo lo anterior podemos volver a Fisher y, a la vez, tomar precauciones. Para el ensayista británico, el contraste entre la sociedad fordista del “estado de bienestar” con su súper ego paternalista y el consumismo post ´70 maternalista que prioriza el goce, tiene algunos puntos ciegos. El primero de ellos consiste en no tomar en cuenta la escisión patriarcal del valor. Seguimos con esto a la autora Roswitha Scholz para intentar esclarecer por qué se apela a la sociedad fordista cuyos basamentos antes mencionados eran la producción y la represión con un espíritu paterno y al consumismo y el goce como un espíritu materno. En su ensayo El Valor es el Hombre, Scholz postula que el valor tiene que subordinar a todas aquellas actividades que no pueden ser asimiladas como la creación de trabajo abstracto, en valor, y la producción de mercancías. Dichas actividades consisten en la reproducción de la vida en sí. Por lo cual, en la división de tareas la crianza, la contención, el cuidado de los hogares, etc. recaen en la mujer. Lo que diferencia en su ensayo con respecto a otras conceptualizaciones feministas sobre el patriarcado en el capitalismo es que esta escisión del valor es inherente al mismo. Éste es incapaz de abarcar a la totalidad de la vida social, constantemente se encuentra en una búsqueda de subordinación para que el mismo pueda existir y seguir valorizándose. Expresa una contradicción inalterable: no toda actividad humana en su metabolismo con la naturaleza puede quedar sumergida en la producción de mercancías. Esta escisión no tiene una modalidad transhistórica: a lo largo del desarrollo del capitalismo fue mutando y transformando a las relaciones de género, pero siempre se mantiene siempre dicha subordinación. Si lo llevamos a la época fordista, en EEUU después de la Segunda Guerra Mundial volvieron al mundo laboral 10 millones de hombres que regresaban de la guerra, lo que representaba el 20% de la fuerza de trabajo. Salarios altos permitían al obrero mantener su núcleo familiar y emular la autoridad vertical laboral de los capataces en su entorno doméstico. La economía política de la Posguerra tuvo como empuje la herencia de la industria militar bélica.

La re-inclusión de la mujer en el ámbito laboral si bien tuvo una retracción entre fines de la década de los ´40 y principios de la de los ´50, ya para la década siguiente la tendencia tiende a invertirse y hacia fines del siglo XX las relaciones de género se vuelven conflictivas. La pérdida del valor de la fuerza del trabajo provocó la necesidad de que las mujeres “salieran” nuevamente al mundo laboral. Ya no alcanzaba con un salario para el mantenimiento del núcleo familiar. Dicha re-inclusión les permitió a las mujeres avanzar en la lucha por sus derechos, pero siempre bajo los límites impuestos por las leyes patriarcales del sistema productor de mercancías. La desigualdad salarial sumada a la subordinación en la división social del trabajo, en el fondo, expresan esta necesidad del valor en mantener a un gran sector de la población –que sigue siendo en su mayoría femenina- ligada todavía a la crianza, las tareas domésticas, la contención afectiva, etc. Es decir, todo aquello que no se puede valorizar.

Las conceptualizaciones patriarcales sobre la psicología de los géneros, la pérdida del súper ego paternal en favor de un imperativo maternal consumista ligada al goce, no nos permiten ver con claridad el cuadro entero. Son las transformaciones históricas en el despliegue del capitalismo, sus contradicciones internas y el resultado de las luchas de clase y género –mencionadas anteriormente- las que permiten realizar un mejor diagnóstico. Esto se percibe en el tipo de solución propuesta por Fisher a este problema pedagógico de la cultura y el consumo de masas: nos propone retrotraernos a la producción fordista cultural bajo la forma –ahora femenina- de una Supernanny Marxista (una figura basada en una serie de televisión de una súper niñera que se dedica a reeducar a hijos caprichosos de distintas familias). Una figura elaborada “desde abajo” que imponga los límites al deseo consumista de la sociedad en su conjunto. La cual, reemplazaría a la figura paterna del deber ser por una figura materna de otro deber ser. ¿Qué cambiaría? Bueno, Fisher no se atreve a ir más allá. Pero podemos inducir que dicho reemplazo hacia lo materno no caería en valores como la competitividad propia del mundo laboral y el mercado asociadas a la idea de masculinidad.

El problema de este tipo de propuestas es que no ven el foco principal. El proceso de valorización del capital suprime cualquier tipo de jerarquización de la cultura que no sea hecha por el mercado. Esta es la lógica que deriva hacia la transformación del público en diferentes aglomeraciones de consumidores. El acertado diagnóstico del hedonismo depresivo que Fisher percibe en las nuevas generaciones es consecuencia del despliegue del narcisismo de la actual sociedad contemporánea.


Bibliografía

Jappe, Anselm. La sociedad autófaga. Logroño, Pepitas de calabaza. 2019.

Jappe, Anselm. Crédito a Muerte. La descomposición del capital y sus críticos. Materialismo Histórico Ediciones. Morón, 2021.

Roswitha Scholz. El Patriarcado Productor de Mercancías Y Otros Ensayos. Materialismo Histórico Ediciones. Morón, 2021.

Mark Fisher. Realismo Capitalista. ¿No hay alternativa? Caja Negra. Ciudad Autónoma de Bs. As., 2016


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