25 Apr
25Apr

Robert Kurz (1943-2012) fue un crítico y militante de la izquierda alemana, autor de varios libros e impulsor de una serie de revistas en las que, junto a otros pensadores –entre quienes pueden mencionarse a Norbert Trenkle, Claus-Peter Ortlieb, Roswitha Scholz y Anselm Jappe–, emprendió un proyecto de renovación de la crítica radical del capitalismo y de reinterpretación de la obra de Marx, con el objetivo de poner al pensamiento crítico a la altura de los desafíos que plantea la asunción de un proyecto revolucionario después a la crisis de los «socialismos» y del retroceso a la utopía de cualquier apuesta por la superación del capitalismo.

Paradójicamente, las ideas de Kurz suelen resultar indigeribles para gran parte de la militancia de izquierda, que solo es capaz de encontrar en ellas una potencia puramente negativa, ausencia de alternativas prácticas y la clausura de cualquier horizonte progresivo para el futuro de la humanidad. Pero esto, para quien sea capaz de ir más allá de las palabras y pueda aferrarse a la lógica de sus conceptos, tiene menos que ver con las ideas de Kurz que con las limitaciones propias del capitalismo, internalizadas ideológicamente en la teoría y la práctica de la militancia de izquierda. Ya que Kurz no pensaba que la lucha no tiene sentido, ni que «no hay alternativa», ni que el colapso civilizatorio y ambiental es inevitable, sino que lo que pretendía era volver consciente el hecho de que, en los albores del siglo XXI, y más aún hoy en día, seguir impulsando voluntariosamente los proyectos de la izquierda del siglo XX sin cuestionar los axiomas sociales básicos del capitalismo, sobre los que aquellos se asentaban y todavía se asientan, supone involucrarse de cuerpo y alma en una empresa condenada de antemano al fracaso.

El núcleo del proyecto crítico de Kurz se basó en un intento por resituar la dimensión intrínsecamente contradictoria –y por lo tanto autodestructiva– del capitalismo en el nivel de sus relaciones sociales básicas, elevando el nivel de abstracción de la crítica desde la lucha entre clases contrapuestas por el reparto de la plusvalía y el poder del Estado, que había sido desde siempre el foco de los análisis del marxismo tradicional, hasta el antagonismo interno de las formas capitalistas elementales: la mercancía, el trabajo, el valor, el dinero y el sujeto. Reducida a su mínima expresión, la crítica de Kurz señala que cualquier proyecto emancipatorio que se monte acríticamente sobre aquellas categorías –que no son abstracciones del intelecto sino relaciones sociales objetivizadas y naturalizadas, que se nos representan en la mente bajo la apariencia de categorías cuasi-eternas– y no se proponga conscientemente una estrategia para abolirlas, terminará re engendrando, a partir de su propia acción pero contra su voluntad, al poder impersonal del capital como una fuerza material autonomizada que volverá a imponerle como límite el contexto social y sus mediaciones a los sujetos y transformará a los productores en esclavos de sus productos. 

De cualquier manera, no hay que pensar que la crítica de Kurz fue el resultado de su inteligencia particular, ni de su capacidad individual para comprender aspectos que otros marxistas no eran capaces de comprender. En paralelo a los desarrollos teóricos de Kurz, en otras latitudes, otros pensadores de la izquierda, en la mayoría de los casos sin contacto alguno con él, estaban llegando a conclusiones similares. Entre ellos, pueden mencionarse trabajos como el del filósofo francés Jean-Marie Vincent Critique du travail (1987), Necessity, labor and time (1993) del historiador canadiense Moishe Postone, y algunos textos del filósofo argentino Oscar del Barco como Lenin y el problema de la técnica (1983), situados todos en coordenadas similares a las de la crítica de Kurz. Esta emergencia de gérmenes dispersos de una nueva crítica radical del capitalismo no tuvo nada de accidental, sino que estuvo estrechamente relacionada con el contexto del capitalismo global post-crisis de los setenta, marcado en primer lugar por el agotamiento del ciclo iniciado por la revolución de octubre y por la crisis del marxismo tradicional que había servido como su forma de conciencia complementaria, pero principalmente, por la estrategia ofensiva con la cual las distintas clases capitalistas del mundo emprendieron una huida hacia adelante de la crisis del expansionismo keynesiano.  

Los componentes de esa estrategia fueron generalmente englobados bajo la noción extremadamente vaga de «neoliberalismo», término detrás de la cual se difuminaban los rasgos de un conjunto de procesos interconectados: un intento de disciplinamiento de la clase trabajadora a través de los mecanismos del mercado, la deslocalización de la producción de mercancías, la liberalización cambiaria y financiera, el desmantelamiento de las instituciones del estado que garantizaban la reproducción social, la intensificación de la competencia a nivel global, un acentuado aumento del desempleo, y la difusión de las políticas de dinero escaso que buscaban recomponer el poder del dinero en tanto forma elemental del poder del capital. Fue este contexto global, en el que los mecanismos de disciplinamiento mercantil y dinerario empezaron a ser utilizados como medios para desatar la presión de la ley del valor sobre el conjunto de la sociedad y restaurar así la autoridad política de los Estados capitalistas en crisis, el que puso en un primer plano las formas sociales básicas del capitalismo que hasta entonces parecían estar políticamente encorsetadas, y habilitó la posibilidad de recuperar la crítica sistemática de la mercancía, el valor y el dinero desde donde Marx la había dejado. Si en este contexto, en el que el poder impersonal del dinero extendía su dictadura sobre el todo social, muchos representantes del marxismo en crisis abandonaban el buque y echaban mano a las ideas foucaulteanas y derrideanas para dar cuenta del carácter «sin sujeto» del poder que se recomponía (y terminaban pasándose sin más cuestionamientos al campo de la democracia capitalista), Kurz y otros recuperaban la crítica marxiana del valor y del dinero como una forma de mostrar que la crisis del marxismo no tenía por qué llevar necesariamente al abandono de la crítica radical capitalismo ni a la clausura del proyecto emancipatorio; que la izquierda no estaba condenada de ahí en más a «defender la sociedad» frente a un difuso poder ubicuo, y que el futuro de la crítica social tenía por delante un desafío mucho más grande que la sola posibilidad de internarse hasta perderse en los laberintos lingüísticos sin fin de la «deconstrucción». 

Si bien en fechas históricas previas a las de la aparición de la «wertkritik» de Kurz, figuras como Isaak Rubin y Evgeni Pashukanis ya habían puesto en discusión ciertos a priori sociales del capitalismo como la forma valor y la forma jurídica, el contexto histórico y sistémico en el que desarrollaron sus críticas actuó como un limitante para su desarrollo e hizo que quedaran reducidas al estadio de simples y geniales conatos. Visto en perspectiva, este hecho está relacionado con las posibilidades de desarrollo que el capitalismo todavía tenía por delante y con los obstáculos que se oponían a este desarrollo, los cuales atraían toda la atención tanto de los críticos como de los hombres de acción y llevaban a dejar los misterios y las sutilezas de las formas sociales naturalizadas para el deleite de la tribu de los teóricos o directamente hacía que permanezcan ocultas. 

Kurz aporta un concepto para pensar esta cuestión: el de «no simulataneidad» del capitalismo. Este concepto ilumina el hecho de que la aparición histórica de la producción capitalista de mercancías y de la lógica del valor convive en simultáneo –y durante casi dos siglos– con la realidad empírica de un mundo social y político pre-existente, no adecuado ni correspondiente al concepto interno contenido en aquella lógica. Aspectos de esta «no-simulataneidad» del capitalismo, o dicho de otro modo, de la falta de correspondencia entre el concepto de capital y las formas concretas de una formación social cuya producción material empieza a realizarse de forma capitalista, pueden verse, por ejemplo, en el hecho de que, de acuerdo a su concepto, el capital supone que todos los productores son formalmente libres e iguales ante la ley, pero históricamente, la incorporación política de los obreros y de las mujeres como ciudadanos de pleno derecho se da con posterioridad a la aparición del capitalismo; lo mismo puede decirse en relación a la presencia de aspectos culturales y prácticas obrero-patronales pre-modernas, montadas sobre relaciones de producción capitalistas pero no plenamente adaptadas a la racionalidad capitalista. De este concepto de «no-simulataneidad» Kurz deriva hegelianamente, podría decirse– una conclusión negativa: una vez que la lógica de la valorización se ha extendido ya por el mundo entero, una vez que todas las clases se han incorporado al sistema y buscan progresar adentro suyo, y una vez que todas las instituciones sociales se han moldeado de acuerdo y en correspondencia con su lógica interna, es decir, una vez que el capital ha realizado su concepto, su función histórica progresiva puede darse por agotada.  

Sobre la base de este concepto de «no-simulataneidad» Kurz ensaya una relectura de la obra de Marx, en la que intenta rescatar los componentes críticos presentes en ella que resultan más relevantes para la reactualización de un proyecto revolucionario a la altura de los desafíos del siglo XXI. Para Kurz, la obra de Marx puede leerse en dos niveles: uno «exotérico», fácilmente accesible, el Marx que conoce todo el mundo, y otro «esotérico», oculto, difícil de captar inmediatamente, pero que brinda los elementos para la reconstrucción de una perspectiva crítica radical del capitalismo de nuestro tiempo. El Marx «exotérico» es el que analiza la realidad de su época, pero también es aquel cuyos análisis están más impregnados de los rasgos de una constelación histórica que ya no es la nuestra. Ese Marx aparece como un heredero disidente y continuador del liberalismo y el iluminismo, teórico de la lucha de clases desde el «punto de vista del proletariado», crítico de la explotación y la apropiación de plusvalía por parte de la burguesía, impulsor de la lucha «política» del movimiento obrero para lograr su reconocimiento pleno, su elevación al plano nacional y la conquista del poder estatal. El Marx «esotérico», en cambio, es el Marx crítico de los axiomas sociales básicos del capitalismo, del fetichismo mercantil que impregna las formas de conciencia de todas las clases sociales –incluso de la clase trabajadora– y frente al cual no hay posición social privilegiada que sea capaz de ver más allá; el Marx crítico de la producción y el intercambio de mercancías como una forma de síntesis social que necesariamente lleva al plustrabajo y a la apropiación de trabajo excedente no pago; el Marx crítico de las formas jurídicas y políticas como formas enajenadas de la sociabilidad humana. 

Si bien la obra de Kurz es extensa y está repleta de aportes valiosos, eso no significa que su pensamiento pueda adoptarse en bloque sin considerar críticamente sus distintos aspectos, el grado de validez de cada uno y la relación entre estos. Por ejemplo, la forma en la que Kurz relega la lucha de clases al pasado del capitalismo (ver el cap. 4 de este libro) [1], amparado también en el concepto de «no-simulataneidad», se lleva mal con el carácter estructural que tiene la relación de clase para el funcionamiento del capitalismo, por más que el conflicto social tienda a asumir en nuestra época formas predominantemente no-clasistas. Del mismo modo, su explicación de la crisis capitalista en términos de «desustancialización» o disminución de la sustancia del valor, cuya causa no estaría simplemente en la tendencia propia del capitalismo al reemplazo de mano de obra por tecnología sino principalmente en el impacto de la «revolución microelectrónica» (ver cap. 5) [2], tiende a transformar en una sentencia de muerte del sistema lo que en los hechos podría ser entendido como una forma más en la que el capital realiza su necesidad de producir plusvalía relativa. Y por último, el intento de generalizar la crítica del fetichismo elaborada por Marx para el modo de producción capitalista hasta volverla una teoría general de la historia (ver caps. 1 y 2) [3], que pasaría a ser leída, en vez de como la leía el marxismo tradicional –como una sucesión de modos de producción–, como una sucesión de sistemas fetichistas, puede ser interpretado como una caída de la empresa crítica del capitalismo de Kurz en la tentación teoricista de pretender abarcar dentro de un único concepto a la historia entera de la humanidad, caída muy recurrente en el marxismo y en cuya base se encuentra siempre un déficit práctico en el que la teoría se choca con la incapacidad de desbordarse a sí misma y transformarse en praxis.   

Pero más allá de estos y otros aspectos que pueden ser discutibles, el trabajo de Kurz merece ser estudiado por todas aquellas personas que en esta época de reacción siguen sosteniendo obstinadamente la intención de ligar su práctica cotidiana al objetivo final de superar al «sistema productor de mercancías». En las ideas de Kurz late la obstinación de no dejar que la locura ordinaria del sistema, que se ha vuelto religión, sea capaz de limar el filo crítico y revolucionario de la teoría que pretende subvertirlo. Además, frente al pretendido pensamiento crítico dominante en la academia y en la opinión pública, relativista hasta la ignorancia, fragmentario hasta la disolución del sentido, que reniega de las teorías totalizantes mientras vive reconciliado con las formas elementales de la totalidad capitalista que considera ya desde hace décadas como insuperables, la crítica de Kurz pega sin miedo el salto mortal desde las contradicciones de la mercancía hasta la necesidad de la crisis de la sociedad del trabajo, de las relaciones sexo genéricas y de la actualidad de la catástrofe ambiental, y créalo o no, cae parado.  

En este libro van a encontrar seis ensayos y una entrevista final, que trazan sólo un itinerario posible de lectura de la obra de Kurz. No la agotan, ni reemplazan la lectura de sus libros, pero a través de estos ensayos es posible hacerse una idea del carácter corrosivo de su crítica, de su fuerza  disolvente de la naturalidad de los fundamentos sobre los que se asienta nuestro modo socialización anti-social. Mientras más malestar les genere su lectura, más conscientes de su muda presencia internalizada se estarán volviendo. Por eso, el llamado de este prólogo es a dejarse afectar. Porque la consciencia de la que estamos hablando no es simplemente teórica, ni está disociada de la sensibilidad concreta y de los afectos que nos constituyen como seres naturales socializados de esta forma anti-social y adormecedora que hemos articulado inconscientemente alrededor de la mercancía. Nuestra emancipación de su yugo no puede ser derivada teóricamente de ninguna tendencia objetiva, sólo puede nacer como un hecho histórico derivado de nuestra acción consciente, de nuestro saber de que aquel yugo sólo puede perdurar mientras sigamos con nuestras vidas ignorando su existencia. En el mismo momento en el que tomamos conciencia de que nuestras vidas dependen del auto-movimiento de la mercancía, tomamos conciencia también de lo contrario: el auto movimiento de la mercancía depende de nosotros.   


[1] Se refiere al ensayo Karl Marx y el Siglo XXI.

[2] Se refiere al ensayo Razón Sangrienta.

[3] Se refiere a los ensayos Dominación sin Sujeto; y El fin de la Política.


Tanto el prólogo como la selección de ensayos de este libro fue realizada por Federico Manzone.

El arte es obra de Liqen.

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